Adolescencia y comunicación

Comunicarse efectivamente con los hijos adolescentes es el sueño de todo padre y usualmente el menos cumplido.

Comunicarnos bien con el hijo pequeño no es difícil e implica una gran cuota de interés y acogida de la parte adulta. Suelen los niños sentirse ávidos de compartir con sus padres lo que experimentan, conocen o dudan.

Cuando estos mismos niños llegan a la adolescencia el interés y acogida de los padres puede no dar las mismas reacciones y a lo mejor hasta causar contra reacciones. Puede haber una rotura temporal de esos canales de comunicación que a veces se hacen duraderos. Esto y la falta de tiempo en las actuales vidas puede generar una convivencia familiar de fantasmas de carne presentes sin  vínculos profundos que los hace vivir como ausentes.

Nadie quiere vivir para cosechar un fruto ajeno, un fruto que aunque le pertenezca lo siente lejano, sin capacidad para compartir nada de lo vivido. Pero es lo que puede ocurrir fácilmente con los hijos al final del camino, sino se desarrollan unas estrategias intencionadas para forjar una comunicación con vínculos fuertes e íntimos que perduren mas allá de las vicisitudes o diferencias familiares.

Cada hijo y su sensibilidad es distinta al otro, pero esta adolescencia tiene rasgos comunes y conocer los clásicos errores nos dan pautas para iniciar con paso firme una comunicación efectiva con ellos.

“Preguntan demasiado” me decía uno de mis adolescentes. Y es que lo vulnerables que empezamos a sentirlos más la conquista del mundo exterior que los expone a nuevos riesgos genera en los padres diferentes preocupaciones que quisiéramos aminorar obteniendo la información necesaria que nos asegure que los permisos, lugares donde van, amigos y hasta bromas que se hacen son realmente convenientes para su vida.

Pero cuando no es natural este diálogo padre hijo, utilizar el cuestionario para indagar su vida los aleja casi automáticamente y los mantiene en un monólogo cortés de “si”, “no” “bien”, “tal vez”. Y se cierra un canal que suele desesperar a cualquier padre pues lo deja sin elementos de juicio para avanzar.

Toda la información de lo ellos experimentan en realidad no es lo más importante de sus vidas pero si la forma en que van asumiendo sus nuevas y permanentes elecciones. Es sugerible llegado el punto de monólogo cortés que dejemos de lado ese afán indagatorio y busquemos espacios espontáneos en donde sin presiones podrían empezar a compartir sus vivencias. No preguntar nada algún tiempo baja sus defensas bloqueadoras y puede generar mas bien un interés de que ellos tomen la iniciativa.

“Hacen mil cosas mientras les estoy hablando”.

Se quejan. Esta conducta mas bien típicamente femenina los hace sentir que no están siendo escuchados y que son una actividad más de las que estamos desarrollando en casa. La atención gestual, una actitud relajada y la dedicación de ese espacio a ellos los anima avanzar en la profundización de lo que desean compartir. No siempre es factible pero al menos deberíamos asegurarnos de que ocurre con relativa frecuencia.

“Solo quiero que me escuchen, no que me sermoneen”.

Es casi indivisible en el rol de padres no aconsejar o hacer juicios de valor de lo que nos están relatando. Pero se desesperan con razón pues no todos los diálogos deben aprovecharse para eso y aunque algunos lo ameriten debemos esperar con paciencia el momento oportuno para hacerlo de forma tinosa.

“A mayor información de lo que hago, tengo menos permisos”.

Expresaba en consulta un hijo a su padre. Lo que le daba la razón exacta del bloqueo comunicacional pues la relación diálogo-sanción, sermón la había establecido erróneamente este padre bien intencionado que anhelaba la mejor orientación para su hijo.

Otro error típico es mezclar el juicio que hacemos a una idea que no compartimos, a una actitud incorrecta, al incumplimiento de una responsabilidad, al desorden de su territorio o a unas bajas calificaciones con la descalificación de toda su persona.

Deben sentirse totalmente aceptados y amados independientemente de su desempeño.

Evaluar puntualmente aquello que ha ocurrido o dar paso a la discusión de las diferencias de gustos sin que se sientan menospreciados es vital. Si se concentran en defenderse se cierran radicalmente a nuestra propuesta. Es fácil influir en ellos cuando se sienten respetados.

No podemos descartar la cuota de apoyo adolescente en esta doble vía comunicacional. Sin su parte no logramos todo lo que aspiramos y nuestra desventaja es la diferencia de interés de ellos en que esto suceda. El arte de lograrlo si depende de nosotros sus padres. Tal vez nos sirvan estas recomendaciones. Me escriben si alguna les da resultados.

María Helena Manrique de Lecaro

Directora de Orientar

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