Afortunadas y escasas son las mujeres que en la actualidad no sufren cada día el dilema de conciliar familia y trabajo. La mayoría de nosotras vivimos una permanente lucha por equilibrar estas dos poderosas fuerzas entre las cuales dividimos casi todo nuestro tiempo.
A mi generación le hicieron creer que ambos logros, llevados a la excelencia, eran perfectamente armonizables, y la vida nos demostró que eso, a más de ser una falacia, era un generador increíble de estrés que, mas tarde o más temprano, pasa la factura.
Si, pretender alcanzar la excelencia en ambas actividades con la misma intensidad, es desconocer la realidad de la limitación humana, es ingenuidad o soberbia. Pero la necesidad del doble salario es una realidad que se superpone a cualquier preferencia nuestra por quedarnos en casa a atender a nuestra familia o a la dificultad de sobrellevar el dilema.
Este dilema es complejo porque su resolución absoluta es imposible, pero verlo como una meta alcanzable es un enfoque de mejores perspectivas para nuestra salud síquica.
Hay que buscar el mejor escenario: trabajo a tiempo parcial que da flexibilidad pero a expensas de los beneficios y ascenso laboral. Trabajo a tiempo completo, compartiendo las responsabilidades con el padre y de haber tareas domésticas, dividirlas lo mejor posible entre ambos.
Sé que a pesar de los turnos de presencia en el médico, colegio u otros, con el padre, la tía o la suegra, en el fondo, uno como madre siente que debió estar allí. Madre es madre. La culpa aparece y aprender a manejarla es el siguiente desafío.
La exigencia actual para las mujeres en la salud, imagen, vestuario, cultura y otros aspectos inciden en este conflicto pero tenemos que moderarlos para aminorar la presión. Actuamos con pasión y eso da a veces una sensación de poca retribución por parte de los demás. No hay que esperarla. Hay que tener claro que la mayor compensación de la vida misma es dar de nosotras lo que mejor podamos, ser honestas y vivir con la conciencia tranquila.
La maternidad, sin bien es un reto asumirla, es maravillosa por la plenitud de la entrega que desplegamos como mujeres. Un verdadero privilegio para disfrutarlo.
No podemos desenfocarnos del auténtico valor de la persona. Este radica en el ser y no en el hacer. En amar, en servir y no solo en producir.
Me escribe aquella que encuentre los secretos del equilibrio entre trabajo y familia.
De todas formas el dilema nunca será superado del todo.
María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar
Publicado en La revista de El Club de Suscriptores de Diario El Universo, 5 de marzo del 2011