Casar a una hija

Uno sabe que el matrimonio es parte de la elección de la mayoría de las personas, uno sabe que los hijos son prestados y que más tarde o más temprano escogerán su vocación y partirán del hogar a formar su nueva vida conforme al impulso de su libertad y sus sueños.

Las madres sabemos y sentimos cuando la persona que está junto a nuestra hija en una relación afectiva es o no el… amor de su vida. Sé, que esta aseveración compartida con muchas madres no tiene base científica sino la base del amor a los hijos así como el profundo conocimiento que tenemos de su alma y de su personalidad. Eso viví a lo largo del enamoramiento de la hija que mañana tendrá la dicha de casarse con el hombre a quien ha elegido para formar un hogar.

Mis primeros sentimientos cuando ella nos compartió su decisión fue de alegría, orgullo, paz. Alegría porque su vocación a la vida matrimonial manifestada desde pequeña se hacía realidad para un momento cercano; orgullo porque saber que el hombre elegido tenía la coherencia de sus mismos valores y principios e iba en consonancia con aquello que pretendimos inculcarle en su formación; paz, porque sentir la felicidad de mi hija ante la aceptación de mi esposo y mía, a pesar de su juventud, me devolvía a mi, esa misma felicidad de su corazón.

Los preparativos para una boda son de un incontables detalles. Sin embargo tomé la decisión de que los disfrutaría de principio a fin junto a mi hija, sabiendo que la ilusión de ese gran día debía durar, no sólo esas pocas horas de su celebración y festejo sino todo el proceso preliminar. Así ha sido. Creo que no hay evento en el que estando involucrados tantos detalles no haya un nivel importante de tensión. Ese es el desafío de este segmento de la boda. Lograr que, a pesar de ello, las contrariedades no interfieran con esta ilusión, esos preparativos y sobre todo la relación con los novios, con la familia política, con la pareja. La planificación inicial es la hoja de ruta de este proceso, y como existen a nuestra alrededor personas que han casado a sus hijos, es necesario retroalimentarse de ellas para que contribuyan con su experiencia a esa organización que transcurre hasta el día final. 

No tendrá final este relato pero anhelo que cuando llegue ese día, mi hija y nuestro nuevo hijo, su esposo, sientan que ese es el momento más importante y hermoso de sus vidas, tal como lo han venido soñando y que cualquiera de los muchos inconvenientes que puedan surgir, sean superados por la dicha de estar junto al amor de su vida con quien de forma: libre, consciente y voluntaria, decidieron formar junto a Dios, su propio hogar.

María Helena Manrique de Lecaro

Directora de Orientar

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