Los roles estaban delimitados. Existían claras distinciones las cosas de hombres y mujeres, pero gracias al terreno ganado por la mujer en el mundo laboral, político, económico y social, los roles en la vida doméstica y parental, han pasado a ser compartidos, en diferentes proporciones.
Esto ha supuesto para la mujer, una gran ayuda, sobre todo en el área doméstica que recaía exclusivamente bajo su responsabilidad. En cuanto a la paternidad, más que una conquista o un cambio de roles, yo diría más bien que el hombre ha ido asumiendo una tarea que estaba pospuesta y le correspondía desde siempre: La de ser padre y brindarle a sus hijos, con su presencia e involucramiento directo, aquello que solo él puede brindar.
La mayor parte de los trabajos son intercambiables. Lo importante en esta nueva distribución de funciones es no confundir la esencia de ser padres o madres, con la de compartir oficios y responsabilidades dentro del hogar.
Los padres no pueden ser madres y las madres no pueden ser padres, aunque sean iguales en dignidad y su valor como personas sea el mismo, cada uno aporta desde la riqueza de su identidad. Los conflictos que suelen generarse en torno a los roles se dan por las expectativas silenciosas del uno hacia el otro, por las apremiantes necesidades que presenta la cotidianeidad de la rutina diaria y por la ausencia de un diálogo que permita lograr acuerdos de participación.
Ser proveedor o co-proveedor, cocinar o llevar niños a la escuela, son responsabilidades que por igual pueden realizarse como madre o padre. Preferiblemente de forma complementaria, porque si los dos pretenden hacer de proveedores a tiempo completo, aunque se repartan las tareas, algo hará falta en la atención a los hijos y el tiempo se encargará de demostrar las consecuencias. Sé que a veces no hay opción.
Cualquiera que sea la división de funciones entre padre y madre, debe buscar el beneficio de la familia y no tener un pretexto para andar en carriles independientes. Complementariedad y ayuda mutua es la clave, siempre apoyados en el diálogo como base de los acuerdos familiares.
Lo sustancial es no abandonar lo que cada uno aporta desde su diferencia y riqueza existencial de hombre y de mujer, aquella, que no es intercambiable ni asumible culturalmente como algunos lo creen.
Mientras nos ponemos de acuerdo sobre nuestros roles, nuestros hijos no deben sufrir la falta de padres. Nos necesitan, a ambos, presentes y disponibles, fuente de valores, anclas de sus vidas.
María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar
Club de suscriptores, Agosto del 2011