Delimitar la cancha en la adolescencia

Comienzan a cambiar los programas de los hijos, sus intereses se enfocan más al exterior que hacia el interior del hogar, empezaron a encerrarse en el cuarto y ya pretenden hacer ciertas cosas por su cuenta. Llegó la pubertad y en un suspiro la desconcertante adolescencia.

Fijar normas, establecer límites, determinar horarios parecería ser lo lógico de establecer con firmeza y mejor aún si es la pareja, padre y madre los que comparten dicho código bien implementado antes o apenas arranca esta novedad en la familia.

Falso paradigma. Muy poco es lo que debe establecerse de forma rígida cuando un hijo empieza a caminar en esta nueva fase de socialización que amplía los límites y desestabiliza un poco la deliciosa seguridad y paz con la que se manejaba la infancia bajo nuestro propio paraguas organizativo.

Y es que esto va lleno de sorpresas. Podría ser que mi hijo sea algo tímido y que haya más bien que ayudarlo a tomar la iniciativa para salir con amigos o aceptar las invitaciones que esconde para que ustedes no se entere de que llegaron.

O lo contrario, tiene tal ansiedad por estar en tantos lados que siente que se le va la vida si no aprovecha todas las oportunidades de salir, ante lo cual funciona una fórmula muy efectiva de ansiolítico. La cual consiste en permitirle ir a su primera fiesta o reunión, o a un par de ellas, un tiempo prudencial para que compruebe lo bien, mediana o excelentemente bien que se desempeñó. También que si faltaba a dicho lugar, no se le pasaba la vida porque no se acababan los demás eventos de su generación. Y por último que sus padres tenían razón al decirle que valía la pena esperar para ciertas cosas de “más grandes”.

El horario es tema complicado. Tener uno fijo según edades y cursos sería el sueño de todo padre. Hasta podríamos aceptar que fuese ley estatal. Pero tampoco existe. Los horarios van variando conforme a la edad, claro porque se aplica el sentido común, pero sobre todo van cambiando ante la respuesta del sujeto transformante. Ante mejores respuestas responsables, cumplimiento de los primeros permisos y límites, más confianza y mayores posibilidades de que el hijo gane autonomía e independencia. A veces en el mismo ciclo lectivo se va progresando lentamente en este horario 

El rendimiento académico suele ser una condicionante para establecer el progreso de libertades camino a la madurez de todo joven. A veces puede usarse como estímulo para que mejore en sus calificaciones, pero a veces hasta resulta arma de doble filo. Si su hijo tiene un  rendimiento satisfactorio todos están contentos, pero si su rendimiento es mediocre, malo o pésimo, este no puede ser un eterno condicionante para extender o aminorar sus límites externos. Porque entonces le correspondería el encierro hasta el fin del bachillerato y eso si sería más inconveniente para su desempeño como adolescente  que el mismo boletín de calificaciones. 

En esos casos toca medir otros aspectos de los esfuerzos que pudiera estar haciendo el adolescente por otros logros así como las razones que lo mantienen en ese estado de mediocridad sostenida a lo largo del tiempo. Los intereses distintos a su momento emocional suelen ser una razón importante y también ciertos caducos sistemas educativos que no convocan todos los sentidos y atención de jóvenes globalizados hiper-dispersos y a la vez con capacidad de atender varias ventanas abiertas a la vez.

Honrar a los padres, respetar el hogar, decir la verdad, y amar a Dios sobre todas las cosas podrían anhelarse como normas de toda familia. Aún así, solo podemos como padres trabajar en ellas, dar el mejor ejemplo y seguir amando a nuestros hijos a pesar de que las infrinjan.

María Helena Manrique de Lecaro

Directora de Orientar

Revista Vive, 2008

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