El uso o abuso de la tecnología dentro de nuestros hogares puede insertarse en la cotidianidad sin que advirtamos sus peligros. Los beneficios sabemos, son innumerables.
Parece exagerado. Pero es fácilmente observable: los juguetes en niños cada vez más pequeños, han ido desapareciendo de sus vidas para ser reemplazados por juegos tecnológicos de mayor o menos sofisticación.
La cultura tecnológica en la que nacieron cohabitó con ellos y los ha formado diferente. Son otro tipo de niños. Sus relaciones con la naturaleza, consigo mismo, con los demás y con Dios no son las mismas.
La pregunta es: ¿el uso de la tecnología que hacemos nosotros o hacen nuestros hijos es un instrumento que nos dignifica?, ¿hacemos de ella un recto uso? Porque “no todo lo que es posible tecnológicamente debe ser aceptado” (G. Doig).
Y por ello, ésta no puede insertarse sin filtros, si la dejamos avanzar sin límites -cuando reaccionemos- encontraremos una familia extraña, con unos valores que no son los que quisimos inculcar.
El diálogo suele verse mermado. El nuevo idioma escrito es breve y distorsionado gramaticalmente. Se vive en paralelo pantalla y persona, persona y pantalla. Y este se trasluce en la expresión verbal: muy fragmentada.
El riesgo de los juegos puede confundir realidad y ficción o desconectarlos temporalmente del mundo. Resulta extraordinario para descansar o evadir vacíos existenciales pero puede resultar tan adictivo como cualquier otra droga.
A los padres, este medio nos exonera de preocuparnos de peligros externos que tradicionalmente han sido temibles, pero esta vía no está exenta de ellos.
La tecnología debe estar bajo nuestro dominio y no nosotros bajo su esclavitud. Enseñar en nuestras familias su uso para que aquellas nuevas ventanas que aparentemente liberan no aminoren la capacidad para comunicarnos y no nos acomoden en la engañosa irrealidad que parece paz pero que muchas veces separa las almas dentro del mismo hogar.
Toca asumir el liderazgo que como padres tenemos para que no deforme nuestras vidas sino que sirva como herramienta de autoeducación, de superación, de investigación, de comunicación y para que contribuya a humanizarnos.
María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar
Revista Club de Suscriptores, 2012