La generación transparente

Si no muestro, no existo, por lo tanto muestro y exhibo para que sepan quién soy”. Este parecería ser el paradigma bajo el cual se asienta la generación digital que expone su intimidad de cuerpo y de alma al publicar y actualizar permanentemente su ánimo personal, su status afectivo, el lugar donde se halla; así como expresar públicamente con su cuerpo lo que siente.

Se trata de una generación con una fuerte tendencia por la transparencia, por la ausencia de privacidad, por el “aquí estoy y estoy haciendo esto” y “me vale lo que piensen los otros”, por el “estos son mis datos”, por el “si lo quiero lo beso, qué importa dónde”.

¿Qué hace que hoy estos jóvenes, aparentemente, carezcan de ese sentido de vergüenza o pudor respecto de guardar su intimidad frente a otros? A la generación anterior de padres se le vuelve difícil comprenderlo.

¿Se ha perdido el pudor?

Ningún animal se esconde para hacer nada, excepto por miedo ante los peligros que instintivamente detecta en la naturaleza. El ser humano, en cambio, se protege, se guarda, se cubre y oculta lo más íntimo de su ser: sus secretos, sus debilidades, ciertas partes del cuerpo o demostraciones afectivas hacia otros. Con variaciones culturales, el pudor ha existido a lo largo de la historia de la humanidad.

Hoy vemos jóvenes besándose en las fiestas, acariciándose en las discotecas, avanzando en la intimidad sexual cerca o lejos de un arbusto o del muro de una casa, en la calle… sin sonrojarse.

Sería fácil concluir que el pudor se ha perdido o que los padres de hoy no lo enseñaron a sus hijos. Pero es más complejo que ello. 

Arrastrados por el espectáculo

La nueva cultura tiende al espectáculo porque todo su entorno lo incita a vivirlo. Todo puede ser exhibido.

Los besos, las fantasías sexuales de ídolos o personajes de la  farándula mundial, los reality shows, muestran todo o casi todo. Y el centro está la  intimidad de la persona. Sus sentimientos, sus emociones, sus desvaríos, sus debilidades, su cuerpo. No es solo el cuerpo lo que se desnuda, se pretende desnudar también el alma.

De ahí que, jóvenes exhibicionistas, impúdicos, con poca vergüenza, puedan provenir de padres púdicos, protectores de su intimidad y su cuerpo. La generación transparente tiene su propio sentido del pudor, a veces con independencia del hogar en donde fueron formados.

El pudor es la actitud humana que defiende la intimidad personal y como la intimidad –por amor propio y dignidad personal- hay que defenderla, habría que ver cómo encantar a los hijos en esta defensa.

El pudor es el valor que evitaría los riesgos de convertir la vida privada en espectáculo, pero para muchos éste es un prejuicio injustificado, que va en contra de lo natural y del que conviene librarse porque aliena y disminuye la personalidad.

Supuestamente el pudor, como muchos otros valores, se enseña con el ejemplo; pero en esta generación ocurrió algo diferente, por lo que habría que re-pensar en otra forma de compartirlo, a fin de conseguir los resultados contrarios: la interiorización del pudor como parte de los valores de la persona.

Compartir la intimidad con otros y además exhibirla puede implicar que la persona no se valora suficiente, o que en realidad no está entregando la intimidad sino un pedazo de carne y que eso no afecta su esfera tan íntima sino una más epidérmica. O quizás que se desea captar la atención del público ante quien se exhibe, casi siempre con excelentes resultados que retroalimentan  una vanidad que busca permanentemente aprobación y admiración. O que simplemente se es parte de esa generación transparente que cohabitó con la fuerte corriente exhibicionista y los hizo parte de ella.

Para el ser humano, ese espacio de desnudarse ante otro, está reservado –o debería estarlo– para aquel con quien, más allá del cuerpo, también se desea entregar el alma; para lo cual el cuerpo se vuelve el medio que lo expresa. Al valorar ese espacio de entrega: un beso, una caricia, un pensamiento, etc y a quién se lo entrega, se busca la forma privada, cercana, no intimidante, no pública de hacerlo. Porque la interioridad vale demasiado para ser expuesta ante cualquiera, ante otros.

Resistir la transparencia

No se “es” a mayor exposición ante los demás. Esto es lo que creo que contrarrestaría la premisa sobre la cual se basa esta generación transparente y que podría hacer algo de contención a “mostrarlo todo”, sin ninguna vergüenza.

Y del pudor sexual, que es el que socialmente se observa desbocado, visto desde la generación de los adultos, es responsabilidad paterna impartir el conocimiento a los hijos de tener en cuenta la psicología del sexo contrario para guardar lo que el otro puede deformar. Querer atraer a otro será siempre parte de las relaciones afectivas juveniles pero se puede atraer sin despertar los “instintos” de los demás, que les dificultan reaccionar como personas ante las personas.

La responsabilidad como persona es que conociendo cómo reacciona el otro sexo, se debe actuar en respeto de esas diferencias, entendiendo como mujer que el hombre es más sensible genitálmente y que al tener más acentuada su sensualidad podría ver, en la exteriorización del cuerpo y sus expresiones, al objeto de placer antes que el valor de la persona.

Las mujeres en cambio, al no sentir la sensualidad en ese mismo grado, se sienten más libres de exhibirse, de querer sentirse atractivas sin tomar en cuenta las diferencias con el hombre: y a veces siendo irresponsables con éstas. La afectividad para las mujeres supera la sensualidad. La educación de la mujer en el pudor requiere un conocimiento del psiquismo masculino.

Los varones no tienen que temer a la sensualidad de la mujer tanto como ella teme la de él. Pero sienten interiormente su propia sensualidad, que su cuerpo reacciona independientemente de su razón, lo cual es para ellos una fuente de vergüenza.

El varón siente los valores sexuales estrechamente unidos al cuerpo y al sexo en cuanto objetos posibles de placer. A veces tiene vergüenza de sentir así a la mujer y de sentir su propio cuerpo, de la manera cómo su cuerpo reacciona ante el cuerpo de la mujer. Pero esa interacción siempre dependerá de la manera en que ambos decidan tratarse a sí mismos y al otro sexo.

El pudor oculta para mostrar. Oculta lo que puede distraer al otro para que se capte lo importante de la interioridad  de la persona. Aquí tenemos otro argumento importante para atraer a los jóvenes hacia la decisión de vivir el pudor como una forma de vida que los haga más personas, más humanizados, mas dignificados.

María Helena Manrique de Lecaro

Directora de Orientar

Revista Vive, 2009

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