Mucho se ha hablado de la capacidad de multitarea que tenemos las mujeres, de la que carecen los hombres y de la que nos sentimos orgullosas. Sin embargo, los estudios sobre lo que ocurre en el cerebro en ese intento de ser multifuncional nos refieren algo distinto.
Jay Papasan, en su libro “Solo una Cosa”, muestra la investigación que concluye que “los multitareistas son sencillamente malos en todo”. Extraña afirmación, pues se viene enalteciendo esta habilidad y lo contrario, como un déficit y una desventaja de quienes no pueden lograrlo.
“Las personas sí somos capaces de hacer dos o más cosas a la vez, como mascar chicle y mirar un mapa, pero lo que no podemos es centrarnos en dos cosas al mismo tiempo. Nuestra atención oscila entre una cosa y otra”. Aquello de redactar una carta y escuchar música en el mismo idioma, o ver la televisión mientras se escribe un mensaje en el celular o hablar por teléfono y atender algo simultáneamente no es posible sin que se sacrifique algo.
Sentimos que no tenemos tiempo para todo lo que quisiéramos o podríamos hacer, y por eso nos imponemos efectuar cosas que atentan contra nuestra salud, como almorzar mientras tenemos una pantalla al frente, que afecta no solo lo físico sino también lo emocional, pues genera ansiedad y nos separa del objetivo central: alimentarnos con la pausa y sosiego que corresponde.
Ni hablar de todo lo que se considera óptimo en el trabajo. Teóricamente, la gente más eficiente laboralmente es aquella que se maneja a miles de revoluciones por minuto y con varias tareas a la vez. Se calcula que en el ambiente laboral los trabajadores son interrumpidos cada 11 minutos, por eso, intentar centrarse en una cosa y acabar con un proyecto, mientras surgen otras disyuntivas, es agotador.
Lo que sucede cuando se interrumpe un deber y se trata de asumir otro se denomina “alternancia de tareas”. Ya sea que la interrupción sea voluntaria o involuntaria, lo que ocurre son dos cosas, explica Papasan; La primera es casi instantánea: decides cambiar de tarea, mientras que en la segunda: tienes que activar en tu cerebro las reglas de aquello que vas a empezar a hacer.
Si la tarea es dejar de lavar un plato y pasar a escribir en el celular o ver televisión, no es algo dramático. En cambio, si estás trabajando en una página de cálculo y eres interrumpido, pasar de una a otra, no es igual de fácil, se paga un precio. “El costo, en términos de tiempo adicional, al pasar de una tarea a otra, depende de la complejidad o la sencillez de esas tareas”, según el investigador David Meter, citado en el libro mencionado. “Puede ir desde un incremento de tiempo del 25% o menos en el caso de tareas sencillas, a más del 100% en el de tareas más complicadas”.
El cerebro tiene varios canales y por eso somos capaces de procesar varias cosas a la ves, como hablar y caminar. cuando queremos dividir nuestra atención en dos o más cosas es posible que lo logremos, pero fallando y reduciendo la eficacia de los resultados en ambas.
Este desconocimiento y el elogio al multitareísta nos han mantenido confundidos e insistiendo en una habilidad que deseamos desarrollar, en lugar de afinar la habilidad de aprender a enfocarnos en menos, para lograr más
María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar
Publicado en la revista Sanna, 2016