¡Llegó la pubertad!

Toda la tranquilidad que quizá vivió con su hijo/a hasta este año, de repente comienza a tambalear. Sabe que ha llegado su pubertad, ese período entre 11 y 13 años en el que se generan tantos cambios conocidos. Pero es que una cosa es conocer el dato y otra es vivir la experiencia como padres y enfrentarla bien.

Su cerebro dio una consigna nueva y ordenó una producción de hormonas que iniciaron una revolución interior. Cuerpo, intereses, actitudes, son entre otros, los aspectos que han comenzado a transformarse. ¿Al mismo tiempo? NO. Estos cambios son asincrónicos, es decir, se presentar sin un orden preestablecido que nos permita predecir de alguna forma, las estrategias que, tanto ellos como púberes y nosotros como padres podríamos desarrollar. Estado de alerta en ambos lados es lo mínimo que requerimos para iniciar juntos esta etapa. 

¿Quién soy? 

 La prioridad en la adolescencia es encontrar la “identidad”. ¿No la tenían acaso antes? Sí, pero se reorganiza con aquellos cambios y se refunda, marcando con autonomía todo aquello que los adolescentes creen que en realidad son, o lo que quisieran ser. Aquí la confusión. La pre-adolescencia o pubertad es la fase preliminar a esta búsqueda de la identidad. Nuestra tarea como padres es ayudarlos a que lo hagan lo más cercano posible a su esencia y a los valores que los edifican como personas dignas. 

Los cambios del cuerpo, más visibles en las mujeres que en los hombres, los avergüenzan sobre todo cuando son evidenciados en público o ante la familia. Al contrario de la infancia, no quieren resaltarlos sino en un ambiente de intimidad. Su estatura, cambio de voz, o crecimiento de los senos, suelen ser el motivo más grande de incomodidad a esta edad. No hay uniformidad entre los compañeros de clase. Unos parecen niños y otros ya adolescentes. Y en esta asincronía unos actúan como grandes; otros, aunque quisieran, no pueden hacerlo pero sufren en la búsqueda. 

Canalizar emociones… respetar la intimidad 

Batracios, loosers, cholos o nerds, son algunos de los epítetos que pueden distinguirlos entre sí. Recibir una de esas “etiquetas”, aunque sea de broma, puede significar un dolor interior que hoy los padres poco recordamos y que significó para nosotros ese equivalente en nuestra época. La resonancia interior de cada acto, de las palabras que reciben y de las que ellos han pronunciado, no se asemeja en nada a la espontaneidad que vivieron en la infancia. Detalles como una mirada de otro, una indiferencia momentánea de un amigo o sus propias palabras, a lo largo del día como ecos que los hacen sentirse felices, tristes amargados o frustrados por lo que debieron hacer o decir y no se dio.

Canalizar estos sentimientos no es fácil. Solemos ser los padres sobre quienes rebotan todas sus incomodidades o frustraciones, a manera de insolencias, malas caras, ceños fruncidos, silencios misteriosos. Este amor, el nuestro es el más seguro y por eso ellos pueden darse el lujo de irse contra él. 

Estamos frente a un “duelo conjunto” Ellos y nosotros dejamos una etapa atrás y la nueva nos demanda otras actitudes; nos reorganiza la vida. 

Si no nos actualizamos ante ella, corremos el riesgo de descubrir, años después, que no conocemos a nuestros hijos, que vivimos en mundos paralelos o disímiles y que nuestros valores no fueron transmitidos como hubiésemos querido. 

Parecería simple pero no lo es. Las “perlas” de la relación y del crecimiento de esta etapa deben ser la comunicación y la confianza padres-hijos. 

“Debo saber todo de ti” dicen algunas madres. Pero la intimidad ocupa ahora un lugar especial y ellos quieren guardar sus experiencias para sí mismos o para compartirlas sólo con esas otras personas especiales. Paciencia y respeto a esos nuevos espacios que se acaban de inaugurar. 

Ellos piden a gritos no se tratados como “bebés” pero tampoco como grandes preparados ya para responder al máximo nivel, a todas las exigencias que su nueva vida colegial demanda. A veces sienten que no pueden con todo y que necesitan tiempo para aprender a asimilar estos nuevos retos. Desean que no creamos que porque les da un poco de vergüenza abrazarnos en público, escuchar el apodo familiar o darles besos como cuando eran niños, ya no nos aman. También quieren decirnos que si un compañero del otro sexo llama a la casa o escribe al celular, no implica necesariamente un enamoramiento o algo más y que en realidad les molesta bastante esa broma. 

Las mujeres, con sus etapas menstruales, en no pocas ocasiones con periodos irregulares, están afectadas en su carácter y quieren comprensión. Están irritables y no saben cómo demostrar que su actitud no siempre responde a un capricho. 

Les duele escuchar de casi todos los adultos y de muchos programas de televisión, que como han crecido deben dejar su infancia atrás cuando en realidad no quieren hacerlo del todo o aún no están listos para asumir los nuevos retos. Su duelo es consigo mismos. Nada fácil. 

Esté alerta y anticípese

Todos estos cambios forman parte del desarrollo de su sexualidad y los medios se han encargado de presentar estereotipos de cuerpo y conductas que ellos están forzados a imitar. Entre otras propuestas negativas, todo les dice que ser activos sexualmente es lo máximo y que en cuanto tengan la oportunidad deben tener relaciones sexuales con alguien que simplemente aprecien o crean amar. Para creer lo contrario es necesario tener argumentos más poderosos que los que aquellos guapos y sexis modelos de televisión proponen. 

Usted como padre debe adelantarse a ellos, o al menos ir en paralelo a la sobreoferta erótica que los va preparando, casi con naturalidad, para ese momento. Bríndele a su hijo argumentos consistentes verdades completas, experiencias sinceras. 

Infórmese del tema y de las nuevas modalidades de la generación actual, asista a talleres, déle prioridad. 

No espere indicios o evidencias para pedir una consulta terapéutica de emergencia que probablemente llegue tarde. Y jamás se amilane ante su hijo por el hecho de haber vivido experiencias distintas a las que quisiera que él viva. Sea valiente y eduque con convicción sobre aquello que usted realmente cree que es lo más saludable y responsable para su hijo. !Sí se puede!

María Helena Manrique de Lecaro

Directora de Orientar

Revista Enjoyhealth, 2006

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