Fui a ese retiro y en verdad cambió mi vida. Descubrí tantas cosas que me pesaban que hoy hasta me siento más liviano. Había estado intentando mostrar algo que no era y en el intento de demostrarlo a los demás me esforzaba tanto que vivía una tensión que me dejaba agotado y frustrado. Agotamiento y frustración que no mostraba a mis amigos pero que si llevaba a mi casa, a mi mami, a mi papi, a mis hermanos.
Hacer creer que siempre quería ir a las fiestas o programas que se organizaban a mi alrededor era falso pues la minoría me atraían y no era capaz de decir que no me interesaban. Después “sacármela” era más difícil cuando ya había aparentado lo contrario.
Complacer a los demás inclusive cuando me proponían algo que era fácil decir NO, pero para lo que me faltaba un poco de personalidad había sido mi mayor problema. Hice algunas cosas contra mi voluntad pero con mi aceptación. Suena antagónico pero no lo es. Ya sé contra que tengo que luchar ahora.
Disimular algunas soledades, tristezas o problemas que ahora se que son comunes a jóvenes como yo, pensando que me verían como débil es algo que me ha acompañado mucho tiempo. ¿A quién se le ocurrió algún día que los hombres no deben mostrar sus emociones? ¿Acaso estas vinieron con sexo? Me siento libre y además el efecto en los demás de que alguien abra su corazón a otros es inspirador para los demás. Me parece que hasta me respetan más cuando soy capaz de hacerlo. Porque en realidad si necesito valentía para decidirme a compartirlas.
Conocí defectos que revestía como mecanismos de defensa bajo otras formas. Dureza o lo contrario: hacerme la víctima, ingrato en lo contrario, necesita decirle a mis amigos y a mis padres cuanto los quiero y los necesito, cuanto valoro lo que hacen por mi.
Tengo mucho que trabajar en mi mismo pero ahora conozco en que hacerlo. Soy más libre y veo más luz en mi camino.
María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar
Revista Vive, 2009