… porque me creí mi cuerpo, porque cuando iba cambiando de niña a mujer me hicieron sentir atractiva y eso me halagaba tanto que me olvidé de cosas sustanciales que entonces no sabía cuales eran. Y fui dejándome llevar por superficialidades que me hicieron cometer grandes errores de los que hoy me arrepiento.
A mis 24 años, siento como heridas aquello que en la adolescencia parecían éxitos.
Algo intentaba explicarme mi mamá sobre lo que podía estar haciendo mal pero como ella no conocía lo que yo vivía no lograba ayudarme mucho.
Yo no se lo permitía tampoco pues estaba cerrada a mis emociones.
Me creí las emociones también, que para entonces eran de mucha adrenalina: vivir cosas nuevas, sentir los riesgos, ser tomada en cuenta, llamar la atención, seducir sutilmente. Pensé que me llenaban y me daban felicidad. Pero sentía un vacío que yo no podía identificar como ahora y eso me hacía buscar más y más nuevas falsedades.
Usé drogas. Gracias a Dios no llegué tan lejos con ellas. A veces pienso que yo no tenía toda la culpa sino mis circunstancias: el divorcio de mis padres, los amigos que hice en el camino, el atractivo que vino conmigo, la falta de una guía adecuada. No sé. Imagino que fue la suma de todo.
Me faltaron herramientas para conducirme por otro camino y no hacia el que tomé con la absoluta libertad de la que disfrutaba entonces. Libertad que mal usada me volvió luego esclava de mi mismo. No me cultivé, no fue creciendo en valores sino solo en apariencias, en belleza, en amigos itinerantes que no alcanzan a conocerme ni a apreciarme suficiente como para decirme la verdad.
Funcioné bien en mis estudios y variados trabajos. Solo bien y no excelente a pesar de que mis capacidades me hubiesen permitido llegar más lejos. Mi esfuerzo por suplir esa carencia que tenía en mi alma absorbió gran parte de mis energías y me dejaban más y más hueca por dentro y con más ansias de buscar algo que me llenara. Pero seguía buscando mal. Esa realidad de vacío es espantosa. Creo que solo pueden comprenderme quienes lo han vivido.
Comparto lo que viví porque he descubierto parte de lo que había ocurrido conmigo y quizás esto ayude a otras personas. Entenderlo fue como haber estado medio ciega y ponerme unos lentes nuevos pero hacia adentro, hacia mi misma. Algo que poco o nada sabía hacer.
Yo no soy mi cuerpo, ni soy todas mis emociones, ni soy lo que los demás me dicen que debo ser. Ni debo darles lo que ellos me piden.
Soy una hija de Dios amada por Él desde siempre. A pesar de los errores que mis padres pudieron haber cometido yo soy amada y mi vida fue deseada de forma infinita por Él. No existe nadie como yo.
Me desgasté en el esfuerzo que hacía por parecerme a otros. Ahora debo descubrir cuales son esas cualidades que me hacen diferente, especial y única para mi, para Dios y para los demás.
Algún día seré especial también para esa persona que espero amar y que me ame valorando todo mi interior. Pero debo seguir trabajando en descubrirme. Recién estoy mirando hacia mi y soy como una bebé que se descubre en cada paso que da.
Ya me evado menos y me enfrento más a mi misma. Evito la bulla y todo lo que me hacía escapar de verme de frente. Parece soledad pero es mayor riqueza interior. Converso con Dios y ese es mi mejor momento, le pido me ayude a sanar estas heridas porque hay mucho sobre lo que no puedo regresar el tiempo y humanamente sería imposible lograrlo.
Sé que saldré adelante. Ya llevo una parte del camino. La terapia me permitió abrir los ojos y Dios me devolvió un horizonte de nueva vida.
María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar
Revista Vive