Sí creemos en la educación sexual…

…Y es indispensable darla en la educación formal: escuela y colegio ante toda la necesidad de información y formación que el ser humano tiene desde temprana edad.

No hay duda que los padres son los primeros educadores sexuales de los hijos e indelegablemente los responsables de su educación integral. La valoración del cuerpo y del de los demás, la identificación con el propio sexo, las actitudes hacia el otro, el pudor, la expresión de la afectividad se aprenden desde la primera infancia en base a la experiencia del hogar.

Pero no es menos cierto que si los padres no recibieron una formación intencionada y sistemática de la sexualidad, sumado a una saludable vivencia del amor no serán capaces de dar a sus hijos ni los contenidos mínimos que se necesitan, ni las herramientas para asumir los valores para la construcción de una sexualidad edificante.

En nuestro país, un grupo de personas tuvo el privilegio de recibir dicha educación hace 30 años en que Nicolás y Alicia Miranda de Parducci fueron los pioneros en el Ecuador en traer un excelente material de educación sexual de España que junto con las salesianas y los lasallanos se implementó en sus colegios y luego se difundió en otros siempre englobándola dentro del marco de la educación en el amor.

Ofrecer educación sexual integral desde la escuela a todos los sectores de la población es imperativo. Quizás, luego de 12 años, cuando esta población haya recibido una enseñanza de la sexualidad acentuada en los valores para vivir responsablemente su dimensión sexual y afectiva, recién allí si sean capaces de dar a sus hijos esta formación desde el hogar. Pedirlo hoy es una utopía que sólo nos regresa al punto inicial: dejar a los hijos en la misma ignorancia de hace 20, 50 o 100 años pero frente a una información deformante e invasivamente erótica en que otros deseducan. 

¿Quién va a educar en el amor y la sexualidad? ¿Quién va a capacitar a los maestros con el perfil adecuado para ello? ¿Cuál es el enfoque de esa educación? Estos son los grandes dilemas.

Más fácil será encontrar gente adecuada y capacitarla para esta misión tan delicada, que acordar el enfoque que consideramos mejor para toda una población.

La mejor educación sexual es aquella que lleva a la persona a alcanzar la madurez humana y a realizar elecciones responsables para sus relaciones interpersonales de pareja, de familia, que atañan su vida afectiva y su salud sexual. 

La abstinencia sexual, virginidad o fidelidad, expresada como la virtud de la castidad exigida en todos los estados de vida para los que somos católicos, la propongo con mucha fuerza y argumentos en los contenidos que trabajo con padres y adolescentes.

He comprobado a través de las charlas y talleres de Orientar compartidos con ya más de 5000 personas de diferentes creencias y niveles socio culturales que la abstinencia es la opción preferida por los padres para la educación de sus hijos aún cuando ellos no la hayan vivido en sus  propias vidas.

Estos valores deben ser exigidos por los padres a quienes encarguen complementar la educación familiar. No tienen por qué mantenerlo en voz baja. No más.

Por qué no privilegiar, entre otras, una opción como la abstinencia sexual que por ejemplo en Estados Unidos se expandió significativamente desde el apoyo iniciado por el presidente Clinton ante el inminente fracaso que las políticas de las décadas anteriores demostraron en su población al favorecer el falso “sexo seguro”, y que fomentaba los métodos anticonceptivos antes que la moralidad de los actos y la conveniencia de esperar hasta el matrimonio para una relación sexual.

El eje central de una auténtica educación sexual integral a la que se subordina la educación sexual es la responsabilidad ante la administración de esta vida regalada por un Creador, de la cual no podemos disponer con el libre albedrío, ni con la falacia del derecho a usar el cuerpo como se desee siempre y cuando no afecte a los demás.

Estos dilemas son y serán un pulseo permanente, también se repite en otros países. Ganará o predominará aquella educación sexual en la que más personas, además de pensar lo que es mejor para sus hijos estén dispuestos a luchar por conseguir dicha educación para ellos. Movilizarse, escribir, exigir, reclamar, desde su lugar es la clave. Nada más valioso que la vida, nada más valioso que los hijos.

María Helena Manrique de Lecaro

Directora de Orientar

Revista Vive, 2015

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