Toda mujer necesita una tribu. Las amigas.

Encontré alivio en mi alma identificándome con un capítulo de un libro que ojalá todas las madres pudiésemos leer porque transparenta nuestras necesidades espirituales, emocionales, conyugales y maternales. 

Muchas madres trabajan duro para su familia; administran su hogar, velan por sus hijos, son choferes, atienden maridos, alcanzan a ir al gimnasio, buscan y tratan de suplir las necesidades espirituales y formativas de su hogar y les queda poco tiempo para las amigas. Suelen pensar que luego habrá espacio para ellas cuando ya toda esta etapa de hijos pequeños transcurra y haya más paz y tranquilidad para vivir esa amistad. 

Lo cierto es que, en la vida madura aunque los hijos hayan crecido y formado otros hogares, es mayor el número de miembros que forman parte de la familia. La vida no da tregua –gracias a Dios– en la tarea del amor, así es que mientras la vivimos necesitamos hacerlo de la mano de esas personas amigas que cumplen una función distinta a la del esposo, a la de la madre o hermanos y que en el descuido temporal podrían perderse para el futuro.

Tener amigas en la vida es esencial porque nos ayuda a permanecer estables y a desfogar toda esa dimensión que solo otras madres pueden compartir juntas. Necesitamos una amiga que nos regale humor, esperanza y esa óptica para convertir lo brumoso en soleado. Los esposos no pueden ser todo para nosotras e inclusive muchas veces ya no son parte de la vida de muchas madres.

Toda mujer necesita una tribu

Meg Meeker, autora del libro “Los 10 hábitos de las madres felices”, nos dice que toda mujer necesita una tribu y que las amigas son una necesidad y no un lujo.

Recuerdo a mi abuela haber mencionado que a partir de que tuvo a sus hijos, solo se había dedicado a ellos y que sus amigas habían pasado a un segundo o “ningún” plano. Sé cómo se instaló en mí esa creencia de que el tiempo dedicado a las amigas competía probablemente con la crianza responsable de los hijos.

Si mantenemos a nuestra tribu viendo crecer a nuestros hijos y nosotros a la de ellas, cuando casemos a nuestros hijos, busquemos enfermeras para nuestros padres o haya un cúmulo de enfermedades propias o ajenas entre los nuestros; ellas y nosotros estaremos allí presentes y activas para continuar con esas nuevas facetas del amor que la vida nos sigue presentando de forma interminable a las madres.

Cada vez que nos reunamos con nuestras amigas es probable que riamos. Cuando lo hacemos, la alegría entra en nuestras vidas y cualquier tristeza que se haya colado en nuestras vidas se atenúa y olvida a causa de ese espacio que ellas nos regalan.

Distintos niveles

Dice Meeker que toda madre necesita relacionarse con otras mujeres a diferentes niveles. Mujeres que satisfacen nuestros deseos de conexión emocional íntima y otras que nos den consuelo y afecto a un nivel más superficial. Son un círculo interno y un círculo externo.

Esas primeras amigas, que llamamos íntimas, son las del círculo interno, son aquellas que comparten esas alegrías y dolores profundos que vamos viviendo en el transcurso de la vida. Son a quienes llamamos para un café y sin mayores preámbulos compartimos esa necesidad emocional y “terapias inconclusas” que a pesar de no llegar a su final te dejan una paz en el alma solo por haber estado junto a ella. Son esas amigas con quienes no nos preocupa la buena o mala impresión que podamos causarles pues ya han presenciado nuestros aciertos y peores desaciertos. Tienen paciencia con nosotros a pesar de que muchas veces nos hemos perdido de ellas u olvidado de llamarlas por su cumpleaños. Nos aceptan con nuestros defectos y virtudes.

Las señas de identidad de estas amigas íntimas son la confianza, la madurez y la lealtad según Meeker. Pero así mismo, no podemos tener este privilegio por arte de magia. Estas relaciones hay que abonarlas siendo recíprocas, preocupadas y empeñosas. 

El segundo segmento es el círculo externo de amigas, aquellas con quienes hemos venido quizás, coincidiendo en la escolaridad de nuestros hijos, en el gimnasio, en los círculos de lectura o clases de arte, o que pertenecen al grupo de parejas del esposo o al grupo religioso vinculado y con quienes tenemos empatía y algo de historia compartida.

Que tu tribu sea variada nos dice Meeker. Ninguna satisface todas las necesidades emocionales que tenemos las mujeres porque unas estimulan el intelecto, otras esa vena artística, otras relajan y descomplican la existencia dando espacios de descanso a la tarea permanente y otras se vinculan espiritualmente a ti, a través de la oración.

A veces la propia vida nos deja miopes, nos consume en la faena diaria y dejamos descuidadas a las amigas. No siempre están allí cuando queremos volver a ellas. Para algunas, querer bien a sus amigas es un esfuerzo heroico y aunque las amigas no son hábitos, la autora nos sugiere trabajar en la amistad con ellas como un hábito. Cuando una amiga te pida tomar con ella un café no dejes de hacer un alto y reprogramarte para verla, porque podría no estar la semana siguiente en tu vida y el dolor de su partida más el arrepentimiento de tu ingratitud volvería más dura su ausencia.

Tener amigas es una bendición. Una verdadera amiga da seguridad. Con ellas podemos explorar nuestro miedos más profundos, valorar nuestra verdadera calidad de amor por nuestras familias y ser criticadas sin sentirnos juzgadas.

A cualquier edad se puede vivir la amistad. Debemos cultivarla y hacer de ella un camino de ida y vuelta en la entrega amorosa y fraternal.

María Helena Manrique de Lecaro

Directora de Orientar

Revista Vive, 2013

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