Un padre de verdad

Hay una relación que no se escoge en la vida y esa es, la de ser hijo. Esa primera experiencia del ser humano, fijará el cauce del recorrido del alma, para toda la vida.

Es aquí cuando se queda enraizado, en lo profundo del inconsciente del niño, un  sentimiento de confianza, seguridad y protección versus el otro, de abandono, desamparo o derrota. Y los responsables de ello, somos sus padres.

Ellos son hijos durante los años en que se va formando su siquis, sus relaciones y se internaliza la filialidad, que deja en la persona una necesidad de sentirse pequeños, acogidos, inmensamente amados, no solo mientras son niños, sino aún en la vida adulta, como seres capaces de hacer una entrega de amor y servicio incondicional.

Esa experiencia queda en la raíz del alma, a veces herida y necesitando protección y comprensión durante toda su vida.

El padre regala al hijo un sentido de autoridad, que proviene de ser autor de su vida, pues él la engendró junto a la madre. Le da al hijo la capacidad para enfrentar el mundo y arriesgarse. Eso le da un aplomo existencial a la persona que se percibe en su actuar.

Se creía antes que la potestad afectiva era competencia exclusiva de la madre. Hoy sabemos que no es así y que la cercanía emocional de un hijo o de una hija con su padre, es imprescindible para un desarrollo afectivo armónico. Un padre no puede ser sólo esa figura distante que provee de bienes a la familia y que transmite autoridad y respeto, un padre es, y debe ser, el ejemplo de delicadeza en el trato con la esposa; del abrazo y afecto demostrado a un hermano; de la ternura en el contacto con un hijo. Si es así, sus hijos hombres se identificarán más fácilmente con su propio sexo y repetirán el ejemplo en sus relaciones futuras, y sus hijas mujeres tendrán un modelo de compañero a seguir.

Una auténtica paternidad busca también que el hijo se atreva a vivir sin temor a equivocarse, vivenciando una confianza incondicional y una alta autovaloración, que el mismo padre, debe habérsela transmitido con su ejemplo.

La paternidad nos impulsa a cuidar de esa vida engendrada y a ser responsable de ella. Por ello la culminación de un padre es ver realizado a un hijo porque la meta es la autonomía de vuelo.

Que la mano de su hijo descanse en su mano de padre. No importa su edad. Siguen necesitando su cobijo.

María Helena Manrique de Lecaro

Directora de Orientar

Revista El Club de Suscriptores, 2011

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