Me remití directamente a las fuentes: mis jóvenes, para junto a mi observación, darles a conocer la versión de una realidad que a los padres nos preocupa mucho sobre la diversión adolescente en nuestros actuales momentos: el puñete en las fiestas.
Siempre se ha dado uno que otro episodio de bronca juvenil en cualquier época. Hoy, la diferencia es la generalización en fiestas “pagadas” organizadas por los estudiantes para recaudar dinero y apoyados, a veces, por el comité de padres.
Barra libre de diferentes tipos de trago, administrados en su mayoría por los mismos jóvenes, auspiciados por empresas que expenden este producto y que lo facilitan a excelentes precios, acompañados de camisetas, llaveros, pancartas y música a su gusto, son la ambientación preliminar al puñete que no suele ser antes de la 01h00 en que aún la cordura presenta niveles estables. Una vez que corre el tiempo y con este el alcohol en la sangre, cualquier oportunidad puede ser aprovechada por un avezado para iniciar una bronca.
“Cuerpear” al otro, rozarlo con los hombros, mirar mal a la “pelada”, saldar una “pica” anterior pueden ser las provocaciones que legitiman al agresor para iniciar el ataque físico. Por delicadeza, la cita es afuera, en la calle, pues de lo contrario podrían “dañar” la fiesta como suelen reclamar las chicas que participan asistiendo al espectáculo. De todas maneras, afuera hay una doble fiesta: gran cantidad de gente con su propia barra libre auto administrada disfrutando también de la música que puede escucharse, pero gratis.
Salen en grupos de hombres y mujeres. “Esto siempre anima una fiesta…” suelen decir ellos. Nunca van solos, sino apoyados por una jorga de amigos que con la ley de la “reciprocidad” arbitra bajo su ética puñetera este suceso. “…Uno a uno para que se terminen de sacar la pica para que no se repita” es lo que ellos creen sensato. La trifulca en donde interviene demasiada gente no deja nada claro “…aunque divierte”. La norma inteligible dice que los puños son el instrumento de pelea.
“…Nunca pasa nada, los peligros los ocasionan otro tipo de gente”, me comentan los jóvenes. Pocas veces terminan en lesiones de gravedad o denuncias policiales, y si más a menudo en clínicas por exceso de alcohol -generalmente mujeres- auxiliadas por padres voluntarios que recogen hijos o han sido parte de la fiesta.
Temerarios como suelen ser los adolescentes, se ven libres de todo mal; hasta que pase algo. Hasta que quizás la noticia en el periódico de la víctima del día siguiente no sea de un desconocido, sino la de un compañero, de un pariente, de un hijo. Hasta que alguien rompa las reglas y saque el arma con que a veces amenazan utilizar, o un representante de la ley haga una mala maniobra.
Falta de límites, sensación de impunidad, exceso de alcohol, bebidas energizantes y algo de drogas, parecen ser los detonantes de algo que los jóvenes no vislumbran peligroso y que alienta un esquema de diversión concebido para que el descontrol no tenga responsables.
Son menores de edad y consumen alcohol bajo su propia administración. Controlan el ingreso de la multitud que oscila entre 500 y 900 personas. Entran y salen del lugar sin restricciones entre las 23h00 en que se inicia y 03h00 en que suele acabar.
Buscamos pistas para entender por qué hay violencia entre jóvenes que en apariencia no tienen justificaciones sociales como pobreza, falta de educación, desempleo familiar y que, aunque el video juego de violencia haya sido parte de sus vidas desde la infancia, no es suficiente razón para sostener el esquema completo.
Asumamos como sociedad la responsabilidad que nos compete como promotores indirectos de la violencia y también la de abrir espacios nuevos o alternativas de control en donde la sana diversión sea tan auténtica que la violencia entonces, no tenga ninguna cabida en ellos. La vida de nuestros hijos está en juego.
María Helena Manrique de Lecaro
Directora de Orientar
Revista Estrenos, 2006